La buena nueva llegó esta semana: el Papa Francisco reconoció que que el asesinato del jesuita Víctor Emilio Moscoso Cárdenas en Riobamba en 1897 fue in odium fidei (por odio a la Fe) y, por tanto, podrá ser declarado como beato y ser venerado como tal en los altares. Sin embargo, pocos conocen a este heroico clérigo que fue asesinado por el liberalismo alfarista, ¿quién es Víctor Emilio Moscoso Cárdenas, futuro beato ecuatoriano?
El padre Emilio Moscoso nació en Cuenca el 21 de abril de 1846, pronunciando sus primeros votos en la Compañía de Jesús hacía 1866, cuando contaba 20 años. Sus virtudes como educador hicieron que dentro de su orden religiosa sea promovido dentro de varias instituciones educativas en todo el Ecuador, hasta ser nombrado en 1892 como rector del Colegio San Felipe Neri, en la ciudad de Riobamba. Fue ahí donde 5 años más tarde se perpetraría su martirio.
En 1895 triunfa en Ecuador la Revolución Liberal liderada por Eloy Alfaro, quien dirige junto con sus lugartenientes una feroz persecución anti-clerical, cerrando órdenes religiosas, expropiando los bienes de la Iglesia y, directamente, atormentando a religiosos en diversas partes del país, como sucedió con el mismo Santo Hermano Miguel.
Sin embargo, el episodio más crudo de persecución liberal alfarista fue justamente el ocurrido el 4 de mayo de 1897 en Riobamba, en el cual el P. Emilio Moscoso fue coronado con la palma del martirio.
Después de un enfrentamiento entre los conservadores de Riobamba y el batallón liberal “Pichincha”, liderados por los caudillos Flavio Alfaro y Pedro Montero, los vencidos líderes conservadores Pacífico Chiriboga y Melchor Costales logran escabullirse en la capilla del Colegio San Felipe Neri junto con unos doce soldados más. Cerca de una hora más tarde, los liberales logran acceder al lugar, irrumpiendo de manera violenta.
La terrible escena comienza con los liberales rompiendo a hachazos y culatazos la puerta de la Iglesia, a la cual ingresaron disparando a cuanto encontraban, particularmente contra el altar mayor, el púlpito y las imágenes religiosas. Un conservador, de apellido Cifuente, es visto refugiándose detrás de una imagen del Sagrado Corazón de Jesús, y le acribillan a balazos y a golpe de hacha.
Flavio Alfaro (sobrino de Eloy), que no había estado desde el ingreso al templo, llega dando una sola orden: “maten a todos los frailes” refiriéndose despectivamente a los jesuitas que habitaban el templo. Los soldados arremeten contra el Sagrario, donde guardaba a Jesús Sacramentado, a fin de realizar terribles ultrajes. José Benítez S.I., ex rector del Colegio San Felipe, describió así los hechos del sacrílego espectáculo:
Se festejó el triunfo de la libertad en medio de una algazara infernal y de vítores frenéticos al Gral. Alfaro dentro del mismo recinto de oración; se empeñan en romper a culatazos la frágil puerta del Sagrario y pronto lo logran, sacaron los copones, regaron las formas consagradas por el suelo, se comieron, las pisotearon, bebieron en ellas todos los barriles de vino que tenían los P.P. para las misas; pusieron en ese vino las hostias consagradas y decían que estaban comiendo sopa borracha. Pisotearon las hostias consagradas y se burlaron de la misa y la parodiaban de un modo ridículo. Subieron al púlpito a burlarse de la predicación, y en fin, han hecho cosas que han llenado de consternación a toda la ciudad. Hicieron pedazos la patena, añade el hermano Mejía en carta escrita desde la previsión. (…) Santos Manzanilla: cogió algunas hostias y las ponía en la boca de los cadáveres diciendo ¡‘así hacen los curas’! [1]
Terminada la batalla campal que realizaron dentro del templo, los liberales entran dentro del convento para continuar con la obra que se habrían propuesto. Azuzados por las proclamas anticlericales que se empeñaban en lanzar los mandos liberales, los soldados continúan destrozando el interior del convento. Irrumpen dentro de la celda del padre Emilio Moscoso S.I., rector del colegio en ese entonces, a quien encuentran rezando el rosario frente a un crucifijo, le disparan a quemarropa, asesinándolo en el acto, y no contentos todavía con ello, profanan su cadáver disfrazándolo de guerrillero, cambiándole el rosario por un fusil y cruzándole una canana de balas en el pecho. El padre Benítez recabó los datos del comandante José Joaquín Merino, testigo presencial, quien declaró:
Yo vi con mis propios ojos que el Mayor Luis Soto y el Capitán Santos Manzanilla mataron al padre Moscoso en la celda; le encontraron hincado en un reclinatorio, orando delante de un crucifijo, y ellos, gloriándose de haberle matado, salieron a la puerta y el mayor Soto colocó su rifle entre los brazos del P. Moscoso y le hicieron abrazar el rifle poniéndole en son de burla. (…) Con el ronzal del caballo, el Cnel. Luis Quiroga amarró con sus propias manos el cadáver del R.P. Moscoso y lo sacó arrastrando hasta la calle y yo me mortifiqué por esto y protesté y lo mismo hizo la mayor parte de la tropa fuera de la costeña, comendada por pedro Montero y Figueroa, que era comandante del “sesenta”, el pueblo que ya se comenzó a agolpar, protestó e impidió a Quirora el arrastre, y tomando el cadáver lo condujeron a la Iglesia” [2].
Tener a un mártir reconocido por Iglesia debe ser para todos los ecuatorianos un motivo de especial alegría y compromiso para con nuestra religión, reflexionando sobre todo que la sangre que derramó el P. Emilio Moscoso nos debe recordar que la Iglesia ha tenido, tiene y tendrá siempre enemigos; realidad que nos exige, como católicos, tomar una férrea posición en defensa de los Derechos de Dios en la Tierra y los principios por los cuales el mismo Jesucristo nos redimió.
Recemos así también para que pronto tengamos la gracia de tener en los altares a este reverendo sacerdote, que nos recordará con su ejemplo que, como recuerda el opúsculo de Sardá y Salvany, el liberalismo es pecado.
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[1] BENÍTEZ, José, Testigos del 4 de Mayo de 1897, Quito, Unidad Editorial–Fundación Mariana de Jesús, 1997, Pág. 77.
[2] Ibidem, Pag. 110.