Por qué vamos a Fátima en 2017

Por Roberto de Mattei |

Quien peregrina a Lourdes lo hace para sumergirse en la atmósfera sobrenatural del lugar. La gruta en que se le apareció la Virgen a Santa Bernardita en 1858 y las piscinas en cuyas milagrosas aguas se siguen bañando los enfermos son parcelas de tierra bendita en una sociedad desconsagrada. Quien va a Fátima, no lo hace buscando consuelo espiritual en un lugar, sino en un mensaje del Cielo: el secreto que confió la Virgen a tres pastorcillos hace cien años, entre mayo y octubre de 1917. 

Lourdes sana ante todo los cuerpos, en tanto que Fátima brinda orientación espiritual a las almas confundidas. El 13 de mayo de 1917 en Cova de Iría –aldea perdida entre pedregales y olivares próxima a la localidad portuguesa de Fátima, a tres niños que guardaban ovejas, Francisco y Jacinta Marto y su primita Lucía dos Santos, se apareció en palabras de éstos «una Señora toda vestida de blanco, más resplandeciente que el sol, que irradiaba una luz más clara e intensa que un vaso de cristal lleno de agua pura atravesado por los rayos del sol más ardiente».

 

Dicha Señora se les manifestó como la Madre de Dios, que venía con la misión de entregar un mensaje a los hombres, y quedó citada con los tres pastorcitos el día 13 del mes siguiente, y continuó haciéndolo en los meses sucesivos hasta el 13 de octubre. La última aparición concluyó con un grandioso milagro atmosférico conocido como la danza del sol, que fue observado en un radio de hasta más de 40 kilómetros por decenas de millares de testigos.

 

El secreto revelado por la Virgen en Fátima se compone de tres partes que forman un todo orgánico y coherente. La primera consistió en una terrorífica visión del infierno en el que se precipitaban las almas de los pecadores; a este castigo se contrapone la misericordia del Corazón Inmaculado de María, supremo remedio ofrecido por Dios a la humanidad para la salvación de las almas.

 

La segunda parte tiene que ver con una dramática alternativa histórica: la paz, fruto de la conversión del mundo y del cumplimiento de las peticiones de Nuestra Señora; de lo contrario, un terrible castigo alcanzaría a la humanidad si ésta se empecinara en el pecado. Rusia sería el instrumento de dicho castigo. La tercera parte, divulgada por la Santa Sede en junio de 2000, amplía la tragedia a la vida de la Iglesia, ofreciendo la visión de un papa y de obispos, religiosos y laicos heridos de muerte por sus perseguidores. En los últimos años ha existido una polémica en torno al Tercer Secreto, polémica que podría empañar la fuerza profética de la parte central del Mensaje, que se puede resumir en dos frases concluyentes: «Rusia difundirá sus errores por el mundo» y «Al final, mi Corazón Inmaculado triunfará».

 

El 13 de julio de 1917, cuando la Virgen dirigió estas palabras a los niños de Fátima, la minoría bolchevique no se había hecho aún con el poder en Rusia. Eso tuvo lugar algunos meses después con la Revolución de Octubre, que marcó el inicio de la difusión por el mundo de una filosofía política que aspira a desbaratar los cimientos del orden natural y cristiano. «Por primera vez en la historia –afirmó Pío XI en la encíclica Divini Redemptoris del 19 de marzo de 1937– asistimos a una lucha fríamente calculada y cuidadosamente preparada contra todo lo que es divino (cf. 2 Tess. 1, 4)».

 

No ha habido en el siglo XX crimen comparable al comunismo en cuanto a duración temporal, territorios abarcados y nivel de odio destilado. Tras el derrumbe de la Unión Soviética, los mencionados errores han salido del envoltorio que los contenía y se han propagado como miasmas ideológicos por todo Occidente en forma de relativismo cultural y moral. Da la impresión de que los errores del comunismo hayan penetrado hasta el seno mismo de la Iglesia Católica.

Últimamente el papa Bergoglio ha recibido en el Vaticano a exponentes de movimientos supuestamente populares, representantes de la nueva izquierda marxista-ecologista, y expresado sus simpatías por los regímenes filomarxistas de los hermanos Castro en Cuba, Chávez y Maduro en Venezuela, Morales en Bolivia, Rafael Correa en Ecuador y José Mujica en Uruguay, olvidando las palabras de Pío XI, que en la encíclica Divini Redemptoris del 19 de marzo de 1937 calificó al comunismo social de «intrínsecamente perverso».

 

El mensaje de Fátima supone un antídoto contra la penetración de semejantes errores. Seis pontífices han reconocido y honrado las apariciones de Cova de Iría. Pablo VI, Juan Pablo II y Benedicto XVI visitaron el Santuario siendo papas, en tanto que Juan XXIII y Juan Pablo I lo hicieron cuando eran aún respectivamente los cardenales Roncalli y Luciani. Pío XII, por su parte, envió en su nombre al cardenal Aloisi Masella.

 

Quien no haya estado nunca en Fátima no debe perder la oportunidad de hacerlo en el centenario del magno acontecimiento. Y quien ya haya ido una o más veces, haga como he hecho yo: repita la experiencia. No encontrará, al menos hasta Pascua, una gran muchedumbre de peregrinos. Absténgase de visitar el nuevo santuario, que por su fealdad recuerda al de San Pío de Pietralcina en San Giovanni Rotondo, y ciña la visita a la capillita de las apariciones, al santuario antiguo (que guarda los restos de los beatos Jacinta y Francisco), y a la colina del Cabezo, donde el Ángel de Portugal se adelantó en 1916 a las apariciones que vieron los tres pastorcitos. Fátima revela a sus devotos el alcance de la tragedia de nuestro tiempo, pero al mismo tiempo abre el corazón a una invencible esperanza en el futuro de la Iglesia y de toda la sociedad.

 

Por: Roberto de Mattei


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