
La ciudad de San Francisco de Quito fue fundada el 6 de diciembre de 1534, por el adelantado Sebastián de Benalcazar, según consta en el acta fundacional que hasta ahora es custodiada en los libros del cabildo de Quito. Sin embargo, Benalcazar (como era necesario para sus funciones de conquistador), no demoró mucho en dejar la villa y partir hacia el norte para fundar Asunción de Popayán, actualmente en Colombia.
No así, un personaje (muy poco recordado para todo lo que dio a esta ciudad) se quedó en Quito más de 35 largos años para poner en la villa la impronta católica y franciscana que, a pesar de todo, todavía se puede encontrar en Quito. Ese personaje fue Fray Jocodo Ricke.


Nacido en Mechelen (actualmente Bélgica), el joven Jodoco creció en el seno de una familia noble, los von Marselaer, gozando de las mejores educaciones que la época podía darle. Estudió en la Universidad Católica de Lovaina siendo uno de su maestros el afamado Adriano de Ultrech, quien después se convertiría en el Papa Adriano VI (el último papá nórdico hasta la elección de Benedicto XVI), siendo su compañero de estudios el mismísimo Carlos de Habsburgo, quien asumiría posteriormente como emperador del Sacro Imperio Romano Germánico.
¿Qué haría el joven Jocodo, con aquella educación imperial y con todas las puertas del éxito terrenal abiertas para él? Sin pensarlo demasiado entró a la orden franciscana, siendo ordenado sacerdote a los 25 años de edad (1523) en la ciudad de Amberres.
Recién entrado a la orden seráfica, despertó en él un enorme ímpetu de hacer apostolado en el Nuevo Mundo. Una carta recibida en su monasterio por Fray Pedro de Gante, uno de los "12 apóstoles de México", cuenta que han llegado a bautizar a 200.000 nativos, y "con frecuencia nos acontece bautizar en un día 14.000 personas; a veces 10.000 a veces 8.000". Esto ciertamente aumentaría el celo apostólico por llevar más almas a la Santa Madre Iglesia.

En 1532 se embarca en un viaje de más de tres años hacia América. Correspondencia encontrada por el historiador Fray Agustín Moreno, muestra que su viaje fue tan apresurado que ni siquiera pudo despedirse de sus padres, a quienes tanto cariño les prodigaba:
Sepan, amados padre y madre, como yo, Fray Joos, de todo corazón me recomiendo a ustedes (…)
Así, no he encontrado un mejor medio que, como Cristo por nuestra salvación ha dejado el seno del su Padre Celestial, el trono de los cielos, y por nosotros ha bajado a este valle de lágrimas; así, por voluntad de Cristo y queriendo seguirle en esto, lo que me ha hecho desear, también dejar con Abraham, el patriarca, mi tierra, mi familia y la casa de mi padre e ir a una tierra que Dios me mostrará.
Llegó a San Francisco de Quito en agosto de 1535, es decir, cuando la villa tenía apenas unos meses de fundada. Otra de sus cartas muestra al intrépido apóstol que dejando una vida de comodidad, prefirió luchar por la vida eterna. En 1538 escribe a sus padres:
Tantas montañas, valles, mares y reinos nos separan, que ya no tenemos esperanza de volver a vernos sino en el otro mundo. (…)
No ha habido en mí mayor ganancia o alegría, ni la hay, ni la puede haber nunca, que la de luchar religiosamente, sufrir, viajar y trabajar en esta vida, para que, cuando ésta se haya acabado, podamos esperar la eterna.

Sería imposible tratar de detallar las grandes obras que Fray Jodoco Ricke dejó en la villa de San Francisco de Quito: empezó la construcción de la monumental Iglesia de San Francisco de Quito, que fue decorada con el más fino arte quiteño de su compañero de apostolado, Fray Pedro Gocial; fundó asimismo el monasterio franciscano, siendo él su primer superior; inició el colegio San Andrés, para darle sus primeras letras a los indígenas y también enseñarles artes, lo que fue la semilla de la Escuela Quiteña; se erigió como protector de los indígenas, siendo incluso maestro de los hijos de Atahualpa, consiguiendo en su favor el reconocimiento de su condición nobiliaria y mostrándoles con paciencia y celo las verdades del catolicismo; fue quien trajo el primer riego a la villa, cuyo caudal terminaba en la actual Plaza de San Francisco. Fue incluso quien introdujo por primera vez en América el trigo, junto con las técnicas europeas de arado y agricultura, y últimas investigaciones también muestran que bajo su estancia en Quito, en 1566, se estableció la primera cervecería franciscana, que produciría hasta el mismo siglo XX.
Llama en especial la atención que en las condiciones del nuevo mundo, y las de Quito (una villa recién fundada) de aquel entonces, la providencia dispuso que Fray Jococo tenga una larga vida (77 años) cuya mayor parte se quedaría en la actual capital del Ecuador.
Ciertamente su influencia, celo apostólico y trabajo influyó decisivamente al carácter que tradicionalmente ha llamado a ésta la "franciscana ciudad" de Quito.
Como concluye Fray Agustín Moreno en su libro biográfico, bien podemos ver en Fray Jocodo a un gran señor, un gran letrado, un gran mecenas, un gran apóstol y, por qué no decirlo, un gran santo.
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