11 de julio: San Benito, abad y patrón de Europa

San Benito, el Patriarca de los Monjes de Occidente, desde niño correspondió a la gracia divina, procurando en todos los actos de su vida perfeccionarse y servir exclusivamente a Dios.

 

Sin embargo, hijo de padres ilustres, estos procuraban darle una educación que le hiciera apto para conquistar las glorias del mundo, y para ello lo enviaron a Roma para estudiar en sus grandes colegios.

 

San Benito no se conformó con su situación, viéndose obligado a vivir en un medio corrompido (como era por esa época Roma), y resolvió romper completamente con el mundo, huyendo al desierto.

 

Hoy, se suele suponer que esos lúgubres desiertos hacia donde los santos eremitas huían eran completamente despojados de tentaciones y, por lo tanto, constituía una cobardía su fuga hacia el desierto.

 

Además de la excepcional fuerza de voluntad exigida de los eremitas para mantenerse alejados por largos años de todo contacto con el mundo, San Benito, con la revelación de las tentaciones que sufrió, se encargó de desmentir cabalmente tal afirmación infundada.

 

Tan grande era la tentación que él sufría en el monte Subiaco al cual se había retirado, que a veces fue necesario que él se arrojase en espinas para vencerla y por esos medios extraordinarios logró la completa victoria del espíritu sobre la carne.

 

Nuestro Señor deseaba, sin embargo, que la gloria de su hijo resplandeciese por el mundo y que gran número de almas fueran por él ganadas para su causa.

 

Reveló, por tanto, su existencia a un Santo sacerdote y, dentro en poco, el número de personas que deseaba vivir bajo su dirección era tan grande que fue necesario que se levantasen 12 monasterios que daban inicio a la famosa Orden benedictina.

 

Dotado de espíritu profético y del poder de hacer milagros, San Benito hizo un apostolado incalculable en su tiempo, predicando más con el ejemplo de una vida austera e irreprensible. Sus reliquias se conservan hoy, en gran parte, en el monasterio de Monte Casino (Italia).

 

Llegan casi a ser incomprensibles los pretextos inventados por el mundo para ocultar sus pecados y disminuir la gloria de los santos de la Iglesia.

 

Si la Iglesia presenta un Santo que vivió en el mundo, venciendo las tentaciones que el mundo le presentaba, porque le daba esa gracia y para ello estaba llamado, luego el mundo descubre imperfecciones, porque -según dice- no tenía el coraje de afrontar la vida recogida.

 

Si la Iglesia nos muestra un Santo que pasó toda su vida en el desierto o en el recogimiento de un convento, el mundo lo acusa de incapaz de vivir en el siglo y, por lo tanto, de ser débil.

 

Ambos, sin embargo, son héroes, pues ambos deben vencerse y las dificultades que hay que sobrepujar son igualmente enormes dentro o fuera del mundo. El mundo es que debe disculparse.

 

De ahí la necesidad que tiene el católico de no prestar oídos al mundo, porque el mundo solo busca de qué hablar, y sólo dejaría de criticarlo cuando, pactando con sus errores, dejara de cumplir su deber.

Fuente: Legionário, 20 de março de 1938, N. 288, pag. 7Traducción del CÍRCULO BEATO PÍO IX.


Compartir:



Nuevas publicaciones

Reciba GRATIS nuestras nuevas publicaciones



Artículos relacionados